Mejor ser perro que inmigrante


Acabo de leer que Hungría ha presentado en el parlamento la propuesta de multar con hasta un año de cárcel a los que ayuden a los inmigrantes en situación irregular. En este país, en cambio, si no das de comer o beber a un perro, también te multan.

Hoy también en París han desalojado a 1.500 inmigrantes que vivían en una situación deplorable bajo una autopista. Todavía quedan varios grupos más en la misma ciudad. Sin embargo, en toda Francia, con la nueva ley de protección a los animales, abandonar a un perro bajo una autopista puede ser considerado tan grave como abandonar a un familiar. O a cualquier persona, a no ser que sea un inmigrante, que tienen menos derechos que los perros.

Estos inmigrantes han cometido el delito de huir de países en guerra, de la miseria, de la violencia, y los gobiernos de casi todos los países limítrofes les están poniendo todo tipo de dificultades saltándose los derechos fundamentales de cualquier individuo. Parar estas guerras es mucho más complicado, claro, porque algunos poderosos que mandan más que estos mismos gobiernos dejarían de ganar sus billones con la venta de armas, que, curiosamente, favorecen y facilitan estos propios gobiernos. ¿Por qué los gobiernos venden armas? No harán negocio con las guerras, ¿verdad?

Estos inmigrantes se mueren bajo las autopistas de hambre, sed,  frío, cansancio o desesperación. Y no pasa nada. Lo aguantamos. No exigimos a nuestros gobiernos que los proteja, cuide o trate como seres humanos. O, al menos, como perros.

Propongo cambiar las siguientes expresiones:

Vida de perro = Vida de inmigrante. “Llevaba una vida de inmigrante”.
De perros = De inmigrante. “Vaya día de inmigrante que llevo”.
Tratar a alguien como un perro = Tratar a alguien como un inmigrante.
Morir como un perro = Morir como un inmigrante. “Murió como un inmigrante, bajo una autopista”.

John y los idiomas


No he conocido a nadie que amara tanto los idiomas como John. Publicó gramáticas y diccionarios del inglés, portugués y japonés. Y, además, también hablaba español, alemán, italiano, chino, francés, holandés y finés.
Disfrutaba como nadie descubriendo las entrañas de cada idioma. Cuando trabajaba en la Unión Europea le diagnosticaron un cáncer que se curó aprendiendo japonés. Decía que disfrutó tanto con este nuevo idioma que se le olvidó que estaba enfermo. Hay pasiones que sientan bien.
Era divertido, irónico, discreto y absurdamente inteligente. Todos sus alumnos y amigos aprendimos mucho de él. Sobre todo de su actitud y pasión por los idiomas.
Hacer diccionarios es uno de los trabajos más aburridos que he conocido. Sin embargo, John se pasaba horas encerrado en su despacho buscando la equivalencia perfecta de cada acepción y disfrutando de esos desafíos diarios.
Ayer muchos lloramos su pérdida, hasta que Meritxell y Janaína me hicieron darme cuenta de que en realidad debíamos agradecer la oportunidad de haberlo tenido en nuestras vidas.
Puede que John esté en este momento en el cielo aprendiendo la lengua del lugar. Y, si es así, seguro que dentro de poco les hará una gramática.
Buena suerte en este nuevo viaje, amigo.
JL Sánchez, marzo 2018

La lengua y las emociones


Yo no hablaría portugués si no fuese por la Bossa Nova. Aquellas canciones de Jobim me transportaron a un mundo maravilloso en el que la forma de expresar las emociones era distinta a la que estaba acostumbrado. Empecé intentando traducir esas letras para comprenderlas. Luego, tocando esas canciones. Después, cantándolas. Y la música brasileña se convirtió en la banda sonora de mi vida.
Cuando entré en la facultad de traducción, quería hacer francés, porque era mi idioma principal, y portugués, por la música brasileña. Me convencieron de que con ese par de idiomas moriría de hambre y de que en lugar de portugués era mejor hacer alemán.
Llegué a odiar ese idioma hasta que en segundo año decidí hacer también todos los cursos de portugués al mismo tiempo como asignaturas optativas. Fue una locura que disfruté muchísimo. Los exámenes los aprobaba sacando frases que siempre rondaban mi cabeza de Vinícius de Moraes, Chico Buarque o Djavan.
Por supuesto, pronto me olvidé del alemán y pasé a trabajar solo con la lengua portuguesa, de Brasil, claro, pues los fados no tuvieron el mismo efecto en mí.
En aquellos años de facultad, ni se me habría pasado por la cabeza que conocería a Jobim personalmente poco después, que lo entrevistaría para escribir un libro, que lo escribiría y que, encima, en ese proceso conocería a Caetano, Chico, Djavan, etc.
Tampoco imaginé que me mudaría a Brasil. Sin embargo, todos los que me escuchaban cantar aquellas canciones o hablar de ese país, siempre lo supieron. Siempre supieron que mi destino estaba ligado a esa emoción que despertó un día de primavera de mis quince años gracias a un viejo transistor en el que escuché por primera vez una canción de Antonio Carlos Jobim.
JL Sánchez, Marzo, 2018

Mejor ser perro que inmigrante

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