Yo no hablaría
portugués si no fuese por la Bossa Nova. Aquellas canciones de Jobim me
transportaron a un mundo maravilloso en el que la forma de expresar las
emociones era distinta a la que estaba acostumbrado. Empecé intentando traducir
esas letras para comprenderlas. Luego, tocando esas canciones. Después, cantándolas.
Y la música brasileña se convirtió en la banda sonora de mi vida.
Cuando entré en
la facultad de traducción, quería hacer francés, porque era mi idioma principal,
y portugués, por la música brasileña. Me convencieron de que con ese par de
idiomas moriría de hambre y de que en lugar de portugués era mejor hacer
alemán.
Llegué a odiar
ese idioma hasta que en segundo año decidí hacer también todos los cursos de portugués
al mismo tiempo como asignaturas optativas. Fue una locura que disfruté
muchísimo. Los exámenes los aprobaba sacando frases que siempre rondaban mi
cabeza de Vinícius de Moraes, Chico Buarque o Djavan.
Por supuesto,
pronto me olvidé del alemán y pasé a trabajar solo con la lengua portuguesa, de
Brasil, claro, pues los fados no tuvieron el mismo efecto en mí.
En aquellos años
de facultad, ni se me habría pasado por la cabeza que conocería a Jobim
personalmente poco después, que lo entrevistaría para escribir un libro, que lo
escribiría y que, encima, en ese proceso conocería a Caetano, Chico, Djavan,
etc.
Tampoco imaginé
que me mudaría a Brasil. Sin embargo, todos los que me escuchaban cantar aquellas
canciones o hablar de ese país, siempre lo supieron. Siempre supieron que mi
destino estaba ligado a esa emoción que despertó un día de primavera de mis
quince años gracias a un viejo transistor en el que escuché por primera vez una
canción de Antonio Carlos Jobim.
JL Sánchez, Marzo, 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario