Leí por primera vez El amor en los tiempos del cólera cuando estudiaba segundo año de
la carrera de traducción, en Barcelona. Lo hice casi como un ejercicio,
pensando más en todo lo que podía aprender, si me fijaba con detenimiento, que
en disfrutar en sí de la lectura, aunque ya había disfrutado, y mucho, con
otros libros del autor. En las clases de traducción me habían dejado bastante claro
que para ser un buen traductor literario había que saber escribir, y como yo
quería ser buen traductor literario, supuse que leyendo con atención a uno de
los mejores escritores del mundo, seguramente aprendería algo: sobre el ritmo,
las pausas, el uso de los adjetivos, de las metáforas, de algunas palabras
interesantes o expresiones, etc. Hacía poco que había leído Cien años de soledad; por eso ya sabía
que el autor era ideal para mi objetivo. Empecé a leer con el lápiz en la mano
para subrayar todo lo que me llamara la atención. Y subrayé ya de entrada la
primera frase: “Era inevitable: el olor
de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores
contrariados”. Y no paré de subrayar las palabras o frases que me
sorprendían, ya fuera por la forma o por el significado.
A mitad del libro, más o menos, me di cuenta
de que llevaba ya tiempo sin marcar nada. No era porque no encontrara nada
interesante, sino porque la historia me había atrapado por completo y subrayar
ya no era lo más importante. No quería parar de leer ni un segundo. El mundo en
el que García Márquez me había metido era fascinante y no deseaba salir de él. En
el libro había mucho más que aprender que el uso de las palabras. Era toda una
lección sobre la vida, la muerte y, principalmente, sobre el amor. Quedaba
claro que ese sentimiento es de las pocas cosas que dan sentido a nuestra vida.
Hoy lo he debido de leer ya unas cuatro o
cinco veces y continúo sin conseguir subrayar nada más, pues siempre me atrapa
en su mundo y me olvido. Antes lo leía rápido, con la ansiedad adolescente de
conocer lo que va a ocurrir. Ahora lo leo poco a poco, para saborear cada
línea, cada palabra y, a medida que me hago mayor, cada vez me demoro más, como
si quisiera que el reloj y las líneas ralentizaran su paso antes de que sólo
quede el amor.
JL Sánchez
Texto
publicado en Dicionário Gabriel García Márquez
Companhia Zaffari
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